
Homenaje a Ricardo Bofill
En los momentos que Ricardo Bofill, el arquitecto más internacional de Barcelona, se quería liberar de las preocupaciones del oficio, su lugar preferido era el desierto. Se sentía nómada en muchos sentidos. Ricardo Bofill no era solo de Barcelona, era un verdadero cosmopolita y su ecléctica obra lo confirma.
Sin dudas los primeros proyectos del Taller de Arquitectura, hechos cuando el joven Bofill se rodeó de intelectuales, filósofos y artistas, eran los más imaginativos y originales: La Muralla Roja en Denia, Walden en San Just Desvern y La Fábrica, la conversión de una vieja cementera en su propio casa-taller. En la última época de su carrera profesional (que siguió hasta el día de su muerte) su enfoque era más el de un emprendedor y ya no tanto el de un artista en búsqueda. El año pasado dio una conferencia en el DHUB, donde dijo que lo que más le motivaba en aquel momento era “conseguir el encargo”, y ya no tanto hacer el proyecto. Más de uno consideraría esto una confesión pero el espíritu mercantil de Bofill era siempre auténtico.
Lo era siempre y en todos lados, desde Chicago hasta Bejing y desde Praga hasta Marruecos. El encanto personal de este hijo de un constructor catalán y madre judía italiana, quien empezó estudiar arquitectura en la ETSAB y acabó su carrera en Ginebra, le capacitó para ejercer su oficio por todo el mundo…. ve aquí el nómada.
El miércoles pasado, a raíz de su muerte el pasada 14 de enero, la familia abrió las puertas de la Fábrica al público. En esta magnifica catedral industrial la gente se encontraba con música africana y una multitud de fotos de Ricardo. Había muy pocas obras arquitectónicas; alguna maqueta perdida entra todas las imágenes con familia, amigos, famosos, conocidos y desconocidos. Su amable sonrisa se repitió por todos lados. Era una manera generosa de despedirse de uno de los más grandes arquitectos que la ciudad de Barcelona ha tenido.